Miles de personas literalmente atraviesan la región de un extremo a otro en inciertos recorridos por tierra, mar y aire, y se asientan en países que no estaban preparados ni acostumbrados a recibir extranjeros migrantes ni refugiados en grandes cantidades, como son los casos de Iquique, en Chile; Necoclí, en Colombia; y Tapachula, en México.
Ya no se trata solamente de ciudadanos que se trasladan al país vecino huyendo de un mal gobierno o buscando mejores condiciones económicas, algo común en la región.
El problema que se vive hoy es la exorbitante cantidad de migrantes y lo que llama muchísimo la atención es la diversidad étnica, ya que se ven africanos, asiáticos y caribeños que abandonan su tierra por las crisis políticas, económicas y sanitarias que atraviesan sus países con un destino final que varía de acuerdo con cómo se desarrolla su periplo.
En general, el número de inmigrantes internacionales en la región se incrementó de 8,33 millones en 2010 a 14,8 millones en 2020, según cifras de la Organización Internacional de Migraciones (OMI). Otro elemento que incide en los flujos migratorios por América Latina es el peso que tiene Estados Unidos, el suelo soñado de casi todos los migrantes.
«La característica más llamativa de los principales corredores migratorios dentro y hacia fuera de la región es el predominio de los Estados Unidos de América como principal país de destino. En 2019, la mayoría de los corredores llevaban a Estados Unidos, y todos los demás eran internos de la región de América Latina y el Caribe (por ejemplo, de Venezuela a Colombia)», señala la OMI en su Informe sobre las migraciones en el mundo 2020.
Pero Iquique, ubicada a unos 1.500 kilómetros al norte de Santiago, la capital de Chile, y en los últimos meses fue el epicentro de una crisis por la llegada masiva de extranjeros indocumentados por la región de Colchane, próxima a la frontera con Bolivia, donde en febrero de este año hubo una importante crisis debido a la llegada de centenares de migrantes venezolanos y haitianos.
El pasado 26 de septiembre el mundo vio una marcha de 5 mil personas contra la inmigración que acabó con la quema de las pertenencias y de las carpas de un campamento informal de migrantes.
Esa presencia es solo una muestra del impacto migratorio que vivió Chile durante la última década, cuando el número de extranjeros en ese país se incrementó de unos 305.000 (1,8% de la población total) en 2010 hasta casi 1,5 millones (7,5% de la población) en 2020, de acuerdo con la organización Servicio Jesuita a Migrantes (SJM).
Otro ejemplo es Necoclí, un pueblo turístico colombiano -acostumbrado a recibir a los viajeros locales- ubicado en la costa este del golfo de Urabá, cerca de la frontera con Panamá, un destino elegido por los inmigrantes haitianos.
Desde este lugar los migrantes deben tomar un ferry que cruce el golfo y los lleve a Capurganá, el último pueblo antes de la frontera donde empiezan su trayecto por la tupida y peligrosa selva del Darién, el único lugar de América que interrumpe la red vial que va de Alaska (Estados Unidos) a Tierra del Fuego (Argentina).
Atravesarlo puede requerir entre 10 y 20 días, pero la lluvia, peligrosos animales y la presencia criminal, entre otras contingencias, pueden modificar la ruta, cuyo destino es Panamá, que tan solo recibe 500 migrantes por día. El resto, miles y miles, intentan ingresar ilegalmente.
Por último, Tapachula, una ciudad mexicana de Chiapas, muy próxima a la frontera con Guatemala, por donde suelen transitar los migrantes en su ruta hacia Estados Unidos, pero que en los últimos tiempos se convirtió más en un obstáculo que en un punto de tránsito.
Miles de migrantes que han llegado a esa localidad se vieron obligados a permanecer allí sin posibilidad de desplazarse ni hacia Estados Unidos ni hacia otros lugares de México, por lo que algunos denuncian que Tapachula se transformó en una suerte de cárcel al aire libre.
«El gobierno de (Andrés Manuel) López Obrador, bajo las órdenes de Estados Unidos, ha hecho un cerco para crear la primera ciudad cárcel migratoria e ilegal en el mundo», denunció Wilmer Metelus, presidente del Comité en Defensa de los Naturalizados y Afromexicanos.
Entre enero y agosto de este año, más de 55.000 personas -casi todos haitianos- solicitaron refugio en Tapachula, de acuerdo con las cifras más recientes de la Comisión Mexicana de Atención para los Refugiados. Una triste postal que se replica en otras ciudades de la región.